(Por Alberto Arce padre)
El fútbol tiene muchos capítulos para descubrir y descifrar. Algunos son sencillos de encontrar, pero existen otros que no están a la simple vista, que mezclan complejidades, sucesos casi imposibles de asociar y finales felices y otros no tanto.
Historias, protagonistas, diálogos que en el día menos pensado, se te aparecen en un gesto, en un recuerdo, en el momento crucial de una noche que no quiere amanecer y en la que uno necesita saber qué tango hay que cantar para seguir y los ojos húmedos se entrecierran con un brindis por las cosquillas de la vida.
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Transcurría 1988, ¿el día? 24 de febrero. En la Villa ya había pasado el tradicional Festival de Peñas con Horacio Guarany y León Gieco como figuras estelares y docentes y alumnos ya comenzaban a pensar en el retorno a las aulas. Racing de Avellaneda comenzaba su participación en la primera edición de la Supercopa Sudamericana. Los Rodríguez (Eduardo padre y Eduardo hijo, “Tati” para los amigos, más el resto de la familia) firmes frente al televisor. Había un doble motivo para no perderse ese partido, la pasión por Racing y con la casaca número 5 de La Academia estaba un villamariense, Miguel Angel Ludueña, amigo de la familia y con un vínculo afectivo construido y alimentado con el paso del futbolista por Alumni en los últimos años de la convulsionada década de los 70.
La noche fue tranquila, Racing en El Cilindro de Avellaneda le ganó 2-0 al Santos de Brasil (el de la historia de Pelé) con goles del “Toti” Iglesias y Miguel Colombatti.
En la breve historia de esos días una joven, de nombre Miriam, pasaría a tener un rol protagónico en lo que vendría después. Había ingresado a trabajar en tareas domésticas en el hogar de los Rodríguez siendo una joven madre soltera con todo lo que “eso” significaba hace unas tres décadas atrás.
El matrimonio Rodríguez y sus hijos mantuvo a la joven en sus tareas asegurándole un dinero que le vendría muy bien para la crianza de su pequeña hija, también le brindaron la contención necesaria y Miriam, con una vida muy humilde, fue “acomodando” su día a día y después de unos dos meses anunció que se quería casar, formar una familia.
Era, sin duda, una buena noticia. La economía no ayudaba, pero esa panza que comenzaba a crecer necesitaba alimentarse, tanto como la ilusión de un casamiento.
Y allí también estuvieron los Rodríguez. Una vez conocida la fecha había que organizar un festejo. No iban a ser muchos, quizás algo así como 12, como los apóstoles bíblicos.
¿El lugar elegido? Un comedor que comenzaba a asomarse en la propuesta gastronómica de la Villa: Vincent, en calle Corrientes. La fecha: 18 de junio.
Todo transcurría con normalidad en la casa de los Rodríguez y en la vida más tranquila e ilusionada de Miriam. Mientras tanto, la Supercopa seguía, Racing ganaba y empataba y se encaminaba rumbo al título.
El “Pato” Fillol, con diez años más luego de haber ganado el título del mundo, seguía siendo un arquero excepcional, Miguel Angel Ludueña la rompía en la mitad de la cancha, la zurda uruguaya de Ruben Paz representaba una postal explícita del virtuosismo y el equipo dirigido por el “Coco” Basile iba eliminando escollos, Santos y River Plate.
La final con Cruzeiro estaba en el horizonte, primer partido en Avellaneda y el segundo 18 de junio de 1988 en el Mineirao de Bello Horizonte. El gol de la “Tota” Fabbri frente a River Plate en el minuto 90 de aquél 1 de junio desató una algarabía en la casa de los Rodríguez por dejar en el camino nada menos que a River y en el Monumental.
La felicidad se prolongó con el triunfo en la primera final ante Cruzeiro por 2-0 en Avellaneda con los goles de Walter Fernández y la revancha estaba a la vista.
Todo venía sobre ruedas, ¿qué podía salir mal? Nada. Hasta que el inolvidable “Lalo” cayó en la cuenta que el día de la gran final coincidía con el del casamiento de Miriam. Había que elegir. Viajar a Brasil, imposible. Seguirlo por TV también, porque coincidía con el casamiento.
Había que pensar en alguna solución, en una estrategia que permitiera disfrutar de los dos acontecimientos, pero de qué manera.
A esta altura y hoy en pleno desarrollo tecnológico usted seguramente habrá imaginado que un TV en el lugar representaba la solución. Pero no era tan fácil de resolver treinta años atrás. Era un comedor, habría otros comensales y además la situación representaba un escollo nada sencillo de sobrellevar. El dueño de casa, el querido “Chueco” Galera era fanático de Independiente. Cartón lleno.
La historia tuvo un desenlace como merecen las buenas historias. Miriam se casó enamorada y al poco tiempo fue madre, dejando definitivamente atrás los suelos rotos de un barrio de hambres, durmiendo incomodidades en cada noche de la niñez, los Rodríguez se levantaban de la mesa a cada rato a mirar las imágenes de un TV ubicado en una “piecita” reservada para la ocasión. Racing fue campeón en el mítico Mineirao al empatar 1-1 con un gol de Omar Catalán.
Y 34 años después de aquella noche de emociones en simultáneo en esa estancia (por las dimensiones) que es el Mineirao de Bello Horizonte y el comedor de nuestra calle Corrientes, la historia suma un capítulo extra para otorgarle el brillo de una medalla…la original con la que Miguel Angel Ludueña festejó semejante conquista está en poder de “Tati”, el hijo del “Lalo”, que en aquella noche de casamiento y final con 16 años abría los ojos grandes y lloraba de felicidad…como ahora cuando inclina su cuello y se la prueba por una brevedad, una fugacidad que quiere perpetuar, para sentirse campeón, como Miguel y como su viejo.