Y una tarde de invierno, sin nubes, con sol y algunas caras conocidas y la mayoría extrañas aquel pibe -hoy convertido en hombre- tuvo su recompensa mayor: un estadio lleva su nombre.
Había llegado al club hacía 27 años después de dejar atrás travesuras con olor a mandarinas en las manos en las prolongadas siestas vividas en la costanera, una sociedad futbolística imborrable con el “Gordo” Ludueña (Miguel), decenas de paredes por la izquierda de todas las canchas que pisó (los memoriosos sostienen que Ludueña – Alba fue la sociedad ofensiva más exquisita y temida que el fútbol reunió por estas latitudes…
Pero sigamos con el repaso, que también incluye algunos sinsabores como una suspensión de cuatro años en el fútbol de la Liga por jugar en un torneo de fútbol libre (hoy esa pena un abogado recién recibido te la resuelve y te la levanta por teléfono).
La camiseta de Central Argentino, por supuesto la de la Liga Villamariense de Fútbol, la de algunos clubes de la región.
La etapa de entrenador que comenzó en Sarmiento, tuvo continuidad en Centralito, donde conoció a Walter Torres y de allí ambos a la Asociación Española, el club que se agigantó a tal punto que desde una altura inesperada hoy tiene asentado un pie en cada Villa.
Hay decenas de pibes que tuvieron como entrenador a este señor de pelo negro que oculta las canas, desnuda los años y regala enseñanzas.
Hacía malabarismo con la pelota en su zurda, le daba órdenes y ella (la pelota) le obedecía siempre; “con las palabras me cuesta un poco más”, sostiene sonriente y agradecido.
El Alba de este domingo fue diferente a los demás. El rey Fernando acaba de ser reconocido.