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CLAUDIO BIASUZZI. Entre números y maní, el recuerdo de un gol inmortal

Su Documento Nacional de Identidad debería tener dos fechas. La del nacimiento y la del 1 de julio de 2007. Y si hay espacio, una aclaración. Diagonal por la izquierda, arco de la San Juan en la Plaza Manuel Ocampo. Segundo gol de Rivadavia a Colón, final entre los dos equipos de Arroyo Cabral. Zurdazo cruzado al segundo palo. Nombre: Claudio Oscar Biasuzzi. Un alias: Gato (Negro). Fecha de vencimiento: No tiene. Es para siempre. Eterno.

 

Hoy, a los 45 años, Claudio Biasuzzi, pasa los días entre Arroyo Cabral y Ticino, con un ida y vuelta durante la semana en la que muchos números pasan por su cabeza. Ser el responsable del directorio de JL Productos Alimenticios lo mantiene muy activo. La empresa exporta a más de 50 países de los cinco continentes y él debe estar más atento que cuando en la primera década del 2000 llegaban esos pelotazos al área para pelearse con Ochoa y Róvere, Abate Daga – Alvarez, Formosa y Ruiz, Carrera – Velasco, Acevedo – Cárdenas o Picotti – Lazos.

 

Fueron sólo siete años de fútbol en primera división. Y una carrera cortada, que la puedo resumir en pocas palabras. Comencé en las inferiores de Rivadavia de Arroyo Cabral, terminé el secundario y me fui a estudiar en la Universidad de Río Cuarto. Ahí fue cuando abandoné, al menos temporariamente el fútbol, y regresé cuando mis estudios ya estaban avanzados. Jugué algunos partidos en reserva y enseguida en primera.

-¿Cómo explica que no siendo una carrera tan prolongada haya generado tanto afecto, un reconocimiento eterno en la mitad del pueblo cabralense?

-No fue una carrera tan larga, aunque intensa, y me siento premiado por todo lo sucedido. Uno sabe perfectamente que dejó todo, pero el hincha de Rivadavia te hace sentir que estás entre sus jugadores preferidos de la historia y eso es una recompensa impagable.

– ¿A qué atribuye ese afecto del hincha de Rivadavia?

-Supongo que el gol en la final frente a Colón ha sido determinante, pero también hay una cuestión que no es menor. Rivadavia siempre fue competitivo, conformó buenos planteles, contrató jugadores destacados. Los futbolistas que éramos del pueblo, del club, teníamos que luchar por un lugar con los refuerzos que llegaban. Creo que el hincha valoró ese esfuerzo, el entusiasmo, las ganas de pelear por un lugar y me premió con el afecto, con ponerme en un lugar de privilegio que agradezco. Siempre traté de retribuir con goles y con las ganas que el equipo ganara, sumara triunfos y si era posible títulos.

-¿Arroyo Cabral es tan futbolero como politizado?

-Mucho más politizado que futbolero. De política se habla, pero mucho más de fútbol. Aquí casi siempre gobernó el mismo partido, pero en el fútbol se repartieron victorias y títulos.

-¿Tiene muchos amigos de Colón?

-Sí, unos cuantos. Amigos con los que me veía siempre después de los clásicos y el fútbol siempre era tema obligado. Como en la escuela, tanto en la primaria como secundaria.

-Imagino los lunes después de los clásicos.

-Eran bravos, y del clásico se hablaba toda la semana, la previa y la posterior. Si no había clásicos la conversación era sólo del lunes, pero cada vez que se aproximaba el clásico, todo giraba a su alrededor.

-La identidad se mantiene, pero ¿el fuego de la pasión se ha ido apagando?

-Algo ha ido cambiando. La rivalidad se mantiene inalterable, eso se puede percibir a nivel de familias, pero lo que se modificó fue el fanatismo. En algunos persiste, pero en la mayoría se ha ido calmando. Siguen siendo hinchas, pero quizás más simpatizantes que hinchas, menos pasionales. Uno quiere no haya fanáticos, pero al mismo tiempo entiende que el fútbol debe seguir conservando sus cuestiones culturales, folclóricas, el lado de docencia que también tiene y que ojalá no lo pierda nunca. La competencia entre los dos clubes cabralenses fue uno de los pilares que permitieron el crecimiento de ambos clubes.

-¿Qué es lo que rescata de lo que vivió como jugador y le gustaría que no se extinguiera?

-El fútbol es un ámbito en el que llegan personas de distintos niveles, económicos, sociales, culturales. Y en ese lugar, en un partido, en un vestuario, una práctica, un viaje, un almuerzo o una cena se van armando grupos, fortaleciendo amistades, se aprende a ser solidario, a entender que los objetivos son comunes, que nadie se salva solo. Es un lugar ideal para entender cómo se trabaja y en equipo. Para ello es fundamental tener entrenadores y dirigentes afines a ese pensamiento.

-¿La profesión (directivo de empresa) lo convirtió en alguien menos soñador y más realista?

-Siempre fui más realista que soñador. Por ejemplo, jamás soñé con marcar un gol en una final que quedaría para la historia y que ese gol lo tendría que contar cientos de veces y me acompañaría para siempre, o que en un partido de primera división anotaría seis goles (frente a Silvio Pellico de visitante). Esas situaciones nunca las soñé, pero sucedieron, las disfruté en el momento, pero allí quedaron, allí están en el recuerdo, más en el corazón y en la memoria de la gente que en mí. Y así debe ser. La vida sigue y hay que darle lugar al presente y al futuro, sin soñar demasiado, y viendo la realidad que nos toca vivir tratando siempre de mejorarla.

Rivadavia y además…

-Una temporada en Atlético Ticino, donde fui con Germán Balbas. Estuve cerca de ir a Alumni, Atlético Pascanas y Argentino de Monte Maíz, aunque mis obligaciones no  me permitían viajar por cuestión de horarios.

-¿Qué técnicos lo dirigieron?

-El Zurdo Juan Carlos Giacri, José Luis Danna, Julio Fraga, Raúl González y Heraldo Pereno, en el año que fuimos campeones, ganándole la final a Colón en la Plaza Ocampo. Todos me dejaron algo.

-¿Con que compañero de ataque se entendió mejor?

-Con “Condorito” Bulgra (Claudio) y Rodrigo Liendo creo que conformamos una buena línea de ataque. Con Heraldo Pereno había partidos en los que se jugaba con dos delanteros y otros con tres. Compartí planteles con Catete Gómez, Guti Vincenti, Sandro Pereyra, Pablo Alcalino, como referentes. Entre los delanteros que además de Bulgra y Liendo llegaron a Rivadavia estuvieron Federico Ferrer y Martín Erreguerena y de ambos fui compañero. Estaba claro que dos 9 podían jugar en el mismo equipo (jajaja).

-¿Cómo definiría esos siete años de fútbol?

-Como una de las etapas felices de mi vida. Uno era feliz, pero no se daba cuenta de tanta felicidad que lo rodeaba. Disfrutaba de lo que hacía, pero cuando eso ya no está más se siente como una ausencia. Y no se puede volver el tiempo atrás, por eso es importante disfrutarlo al máximo, los pibes a los que hoy les toca jugar deben entender que esa etapa es distinta. Después uno no se quiere ir del todo y entonces aparece el fútbol comercial, como para que te sigas sintiendo futbolista, pero íntimamente sabés que es otro estadío, que estás en retirada.

-El relato y un repaso por su carrera permiten intuir que es de los que sostienen que se puede estudiar y jugar al mismo tiempo.

-Sí, claro. Se puede cumplir con las dos responsabilidades y en este ámbito más todavía. Vale la pena el esfuerzo.

-La hora del adiós al fútbol suele ser difícil y no son pocos los futbolistas que eligen ser entrenadores o bien continuar desde una función dirigencial. ¿No lo tentaron ninguna de las opciones?

-No, porque ya estaba asumiendo otras responsabilidades laborales. Me retiré a los 33 años en 2008, ahora que pasó el tiempo considero que podría haberme quedado un tiempo más. En cuanto a ser entrenador, no es ni será para mí. ¿Dirigente? Quizás en el futuro, siempre habrá tiempo para ello.

-¿Acompañando o liderando un proyecto? 

-Veremos cuando llegue el momento y si esto aparece dentro de mis prioridades. Tengo claro que no seré un entrenador. Pero no descarto que en un futuro pueda convertirme en un dirigente.

-¿Está alejado del fútbol?

-No voy tanto a la cancha a ver fútbol, si me siento a ver algunos partidos por TV. Con mi pequeño hijo Agustín (6 años) compartimos la pasión por River Plate entonces el fútbol siempre está presente, además está en la etapa de la escuelita y eso siempre me mantiene cerca. Los que fuimos futbolistas siempre sabemos que eso es para siempre, atravesando distintas etapas y momentos. Cuando crees que estás lejos llegan los hijos y te movilizan en tu interior, generando un acompañamiento que te permite revivir muchísimas sensaciones que creías dormidas u olvidadas.

El “Gato” Biasuzzi, hoy, a los 45 algo lejos del fútbol, rodeado de números y de maní. Dirigiendo una empresa en tiempos difíciles, en época de pandemia, preocupado y ocupado para que 100 familias puedan vivir con dignidad. Papá de Sofía de 11 y Agustín de 6. Dueño eterno de esas fugacidades que en el fútbol quedan estampadas como eternidades absolutas. Y de un gol en una final de un pueblo como Arroyo Cabral, que es algo así como un DNI sin fecha de vencimiento. Un certificado de autenticidad para toda la vida.

 

 

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