Hay que agradecerle a Ameghino. Y mucho.
Por el esfuerzo. Por las ganas. Por la constancia y por un sinfín de otras situaciones, entre ellas, el “ENTIBIE”.
Ya intentaré más adelante explicarle esto del “ENTIBIE”, pero para que tenga alguna idea aproximada no es otra cosa que pasar de “MUY FRIO” a un estado que no se aproxime a caliente y que aunque no sea lo óptimo, sirva para un consumo líquido aliviador.
Trece años le llevó a Ameghino llegar a esta instancia. Una pila de años. En las que estuvo remando prácticamente solo, con su esforzada y perseverante gente. Olvidado (o casi) por todos, por la gente, algunos representantes de distintos gobiernos y de distintas esferas y “colores”, también ignorado por empresas, a tal punto que los principales sponsors actuales son los que tienen alguna relación con el grupo económico de los hermanos Giraudo.
Que a nadie confunda la postal de los últimos partidos a estadio repleto. Esa es la última de las imágenes. Las de los que se suben al éxito, las de los que quieren estar en la foto y opinan con una liviandad sobre procesos, tácticas, estrategias y sistemas de juego que avergonzarían a más de uno.
Lo que acaba de ocurrir es conmovedor porque se llegó a una instancia sólo imaginada por los que son del “palo”, de la casa, de esa misma madera. El resto observó este proceso casi con indiferencia y hay que reconocerlo.
En las últimas semanas muchos le pintaron la carita a sus hijos o nietos de rojo y negro sin haber pisado el club en muchos años. Y también fueron muchos los que se enojaron porque se quedaron afuera. Protestaron por llegar tarde a comprar una entrada sin ponerse a pensar que nunca antes pertenecieron a ese mundo, al que querían acceder para la selfie con los campeones o a las historias en Instagram. Tarde muchachos, demasiado tarde.
Por ahí son los mismos que ya están sacando cuentas ajenas de lo recaudado en los estadios llenos de los últimos partidos, cuando en realidad los billetes que ingresaron apenas si cubrirán un porcentaje mínimo de todo lo invertido a través de trece temporadas.
La gloria absoluta no pudo ser, pero el reconocimiento existe. Que nadie se confunda con las postales de los últimos partidos. Ameghino siempre estuvo solo, o casi, aunque ahora le sobren pañuelos de los que afirman haber estado siempre.
Esto fue de los Pablo (Giraudo y Castro), de un reducido grupo de dirigentes, de los jugadores que llegaron a esta final liderados por Juan Abeiro y Abel Aristimuño y de los que pasaron antes y de muy pocos más.
Entibiaron a muchos que durante todo el año permanecen casi congelados a la hora de los sentimientos deportivos, sólo pensando en si mismos, con egoísmos casi extremos.
Para la próxima será necesario que el resto suba la temperatura “corporal”, la sanguínea sobre todo y que entienda que con el pago de una entrada no alcanza. La gloria siempre cuesta más que unos billetes y generalmente tiene que ver con el corazón y con el calor que llega de afuera y que baja desde las tribunas en todos los partidos no sólo en un puñado.