Desbordó a alta velocidad tantas veces por el andarivel izquierdo de una cancha que perdió la cuenta, casi proporcionalmente a la misma cantidad de ocasiones en las que puso un ladrillo sobre otro en decenas de casas de su querido Arroyo Cabral, donde es un prócer futbolístico para una mitad y un tipo querible y muy respetado por el resto.
Francisco Martina debutó en primera división a los 14 años y jugó en el fútbol de la Liga hasta los 43. El pasado jueves lo operaron de la columna. Presumíamos encontrarlo quieto, en una silla de ruedas o con muletas, y nos recibió erguido, entusiasta, entero, dispuesto a repasar veinte o treinta circunstancias fundamentales de su historia, casi todas asociadas a la pelota. Algunas conservan tristezas, otras retumban como algo semejante a la felicidad, todas resumiendo una vida.
No hay posibilidad de indiferencias ante confesiones sencillas. Siempre corrió con la pelota adelante, ahora le propusimos caminar hacia atrás, en el recuerdo, en la memoria, abrazando afectos, amigos, goles, paredes, desbordes, partidos, tribunas, vestuarios, desvelos y goles.
Hubo dos tazas de un humeante y exquisito café y estas confesiones a corazón abierto.
-Jugó hasta donde pudo, hasta que el cuerpo dijo basta.
-Desde pibe y hasta hoy, que ya tengo 65 años y todavía me ilusiono con vestirme de futbolista y entrar a una cancha, aunque sea para el puntapié inicial o algunos toques. Los médicos que me operaron de la columna en la Clínica San Martín de Villa María se sorprendían de mi físico, es pura fibra comentaban. Si casi tengo el mismo peso que cuando jugaba en primera división. Me operaron el pasado jueves y la recuperación fue increíble, apenas volví a poner los pies en el suelo al bajarme de la cama percibí la mejoría. Ya no había molestias, ni dolor alguno. Hicieron un trabajo bárbaro y a ellos (los médicos) les estaré agradecido.
-Esta operación le llevó el dinero que percibió por su jubilación. No pudo disfrutarlo…
-Es cierto, pero bueno. Estoy bien, recuperado, me siento pleno y con ganas de vivir. ¿Sabe? Mi vida no ha sido fácil, todo me costó mucho desde niño y en cuestiones de salud fueron llegando una tras otra, pero nada relacionado con el fútbol. En una cancha nunca tuve ni siquiera un tirón, mucho menos un desgarro o una fractura. Creo que ni siquiera sufrí una contractura. Ni me resfriaba.
-Decía que la vida le había pegado duro…
-Nosotros éramos siete hermanos, que dormíamos todos en una pieza. Nos faltaban muchas cosas, pero nunca un plato de comida ni tampoco ganas de pelear para estar mejor. Y después me casé y a la discapacidad de mi hija años después se le agregó un inconveniente en la salud de mi esposa, a mí un infarto que casi me lleva en el 2012 mientras tomaba unos mates y miraba El Zorro por la TV, un cáncer de piel que me afectó en el labio y ahora esto, lo de la operación en la columna. Espero que se corte aquí y podamos estar más tranquilos en familia.
Decía antes del agradecimiento a los médicos, pero no quiero olvidarme de mucha gente que cuando se enteró que tenía que operarme de la columna me ofreció ayuda. Son gestos que siento debo reconocer.
-Si muchos se ofrecieron a ayudarle es porque sembró bien y es tiempo de cosecha.
-Aquí me conocen todos y no sólo por mi pasado en el fútbol, sino también por mi trabajo en la construcción. A muchas familias cabralenses les construí su casa o estuve realizando algunas ampliaciones o reparaciones.
-Volvamos al fútbol, siempre le gustó más jugarlo que observarlo.
-Ni se compara. Cuando uno lo juega, lo disfruta, es partícipe y de alguna manera puede influir para que ese partido sea favorable o una acción termine en gol. Cuando es espectador lo único que puede hacer es mirar y no mucho más.
-¿Por eso de querer prolongar la vida del futbolista y mirar menos fue que no se dedicó a ser entrenador?
-Para ser director técnico no sólo hay que saber, sino que también es necesario transmitir, llegar con el mensaje al jugador y tener mucha paciencia. Y de algo estoy seguro, paciencia no tengo. Y menos en una cancha. Me tocó ser entrenador en dos partidos cuando se fueron dos técnicos en Colón. Fue un partido una vez y otro encuentro en la segunda ocasión. Y los ganamos a los dos, así que cuando bromeo con alguien sobre este tema le recuerdo que soy un DT que está invicto. También fui presidente de Colón durante un período breve, pero ni la dirigencia ni lo de ser entrenador es para mi. Yo fui, soy y seré futbolista hasta el último día de mi vida, aunque los médicos no quieran (jejejeje).
-¿Cuándo observa fútbol, ya sea un partido en vivo o por TV qué es lo primero que busca?
-Que jueguen bien, o que al menos lo intenten. Pero son pocos los que defienden el espectáculo, casi todos priorizan el resultado y se vuelven mezquinos. Sigo a Independiente y la Premier, en Inglaterra se juega buen fútbol.
-¿Qué fue lo que ocurrió para que nuestro fútbol no tenga el atractivo de años atrás? ¿Cuáles considera que fueron los factores más influyentes?
-Son muchos, pero está claro que la calidad no es la misma. Antes uno encontraba cinco o seis muy buenos jugadores por equipo, hoy apenas si hay uno o dos y algunos equipos ni siquiera lo tienen. Además la capacidad de los dirigentes de aquella época era diferente, no sólo que sabían de fútbol, sino que además estaban bien vinculados y no dejaban que a los futbolistas les faltara nada. Hoy hay menos dirigentes y la mayoría no conoce de fútbol. Y para dirigir de fútbol hay que saber, sino enseguida aparecen los problemas.
-La década del 80 fue inolvidable para Colón. El hincha no se olvida más…Y los jugadores y los dirigentes tampoco. Eran imbatibles.
-Con Colón fuimos campeones varios años en esa década (cuatro títulos), con Ramón Conti, el Zurdo Juan Carlos Giacri y Raúl González, pero no quiero olvidarme de quien a mi juicio fue el mejor entrenador que tuve.
-¿Quién fue?
-El Gallego Martínez (Enrique), un adelantado. El no fue campeón con Colón, pero fue el que armó el equipo que luego lograría todos esos títulos en la década del ’80. Con esto no le resto méritos a los que vinieron después y nos guiaron a esas conquistas, pero lo del Gallego Martínez fue fundamental. Ese equipo anterior al de las grandes conquistas formaba con Guillermo Chiampo; Jorge Fernández, “Pollo” Núñez o Arnaudo, la “Peca” Esquibel y Angel Fonseca; Carlitos Navarro, Rubén Cicarelli (nunca más vi un 5 como él) y Gatti Giraudo; el Gallego Martínez o Bujedo, “Lucho” Cardegna y yo. Ese equipo fue mejor que todos los demás de Colón. Después se sumaron Kitty Fernández, Julio Fernández, Elder Conti, Ramón Conti, mi hermano Sergio y llegaron los cuatro títulos.
-¿Quiere más detalles sobre el “Gallego”Martínez?, le cuento…
-Yo jugaba de 5 y me puso de wing izquierdo, la “Peca” Esquibel era el 10 y lo convirtió en un gran marcador central, Carlitos Navarro marcaba la punta derecha y lo transformó en un 8 inolvidable y a “Gatti” Giraudo lo sacó del arco y lo puso a mi lado, jugando como volante por ese sector. Nos vio en un par de partidos en un torneo Nocturno, el Gallego todavía estaba en Central Argentino. Esos partidos le alcanzaron para darse cuenta rápidamente que para armar el Colón que le habían ofrecido dirigir tenía que hacer cambios. Los hizo y así armó ese equipo inolvidable. Pero esa capacidad para ver dónde un jugador podía resultarle más útil al equipo fue apenas una de sus virtudes. A la hora de entrenar, las prácticas eran muy intensas. Entrenábamos cuatro veces por semana y el Gallego no te regalaba nada a la hora del esfuerzo. Había que entregar todo. De otra manera no hubiésemos podido con Alumni y Alem en esa década.
-En Arroyo Cabral el fútbol siempre fue una fiesta.
-Se vive de una manera diferente que en otros pueblos. Fue la rivalidad con Rivadavia la que nos permitió llegar hasta aquí. Colón y Rivadavia se necesitan, pero enfrentados, cuando ensayaron algo juntos, con la creación de Defensores no funcionó.
-¿Cuál fue el futbolista que mejor interpretó su manera de jugar, con el que mejor se entendió en una cancha?
-Los que te empujaban para adelante cuando las cosas no venían bien eran la “Peca” Esquibel y Carlitos Navarro. Tremendos. Con Jorge Giraudo jugamos juntos casi 15 años y nos conocíamos de memoria, pero en realidad el entendimiento en esa época más que individual era colectivo. Yo nombré a Jorge (Giraudo), pero también recuerdo a Rubén Cicarelli, un crack, que no fue campeón, pero dejó un recuerdo imborrable, y no puedo olvidarme de los tres Fernández (Jorge, Juan Carlos y Julio). Los hermanos que marcaban punta derecha e izquierda eran grandes jugadores, de los mejores que vi en sus puestos.
-¿Quién manejaba el vestuario en esa década dorada del 80 en Colón?
-Cualquiera podría pensar que estaba lleno de caudillos, pero no había nadie que sobresaliera, estaba muy arraigado el concepto de equipo, de grupo. No había muchos cambios a lo que se veía en la cancha, los que gritaban afuera, también se hacían sentir puertas adentro, pero con espíritu de conjunto.
-Algunos arbitrajes lo enloquecieron en una cancha.
-Uff sí, varios. En realidad las injusticias siempre me perturbaron. Cuando veía algo raro, me sacaba. Y hubo varios arbitrajes dudosos, especialmente cuando jugábamos con Alumni, Alem o por ejemplo en un 3-3 con Estudiantes de Río Cuarto en la época de Antonio Candini. Recuerdo que en un partido con Alumni me echaron y recibí un año de suspensión. Cuando volví, en otro partido con Alumni, me vuelven a expulsar y me dieron siete meses. En esas dos temporadas sólo jugué 45 minutos. Hoy con el paso de los años pienso que me excedí, pero sigo convencido que los árbitros se equivocaron y que hubo cosas raras.
-¿Cuál fue el triunfo que más festejó?
-Hubo varios, pero del partido en el que le ganamos una final a Unión Central en cancha de Alumni. Anoté dos goles y en uno de ellos crucé casi toda la cancha por el sector izquierdo llevando la pelota con la cabeza. Ese fue el gol más lindo de mi vida.
-¿Y la derrota que más le dolió?
-Aquella que sufrimos en cancha de Rivadavia frente a Alumni cuando el “Pelusa” Machado nos hizo cuatro goles. Ya pasó y qué sentido tiene ahora buscar culpables, pero nadie me saca de la cabeza que sucedió algo muy raro. Alumni podía ganarnos, pero no golearnos.
-En el Provincial del 92 jugó un Provincial para Rivadavia. No debe haber sido fácil la decisión de ponerse la casaca verde.
-No para nada, pero tuve claro que no podía quedarme más allá de ese torneo. Los dirigentes quisieron que extendiera el vínculo para el campeonato de la Liga, pero les dije que no, que no podía ni debía hacerlo, por una cuestión personal y por mi familia que es de Colón y yo me debía a ella. Quienes me vieron pasar por Rivadavia saben que yo jugué allí con las mismas ganas que lo hice en Colón, Alumni, Alem, Argentino y la Selección de la Liga, porque por sobre todas las cosas yo soy futbolista y amo al fútbol, independientemente de la camiseta que me toque vestir.
– ¿Conociendo su temperamento, hubo defensores que lo “atendieron” de entrada para ver si lo amedrentaban o intimidaban?
-Quienes lo intentaron me conocieron enseguida y se encontraron con alguien que no les tenía miedo y que los iba a encarar una y otra vez, así que enseguida cambiaban el plan y trataban de anticiparme o concentrarse para no darme espacios.
-¿Recuerda alguna anécdota destacada de su paso por el fútbol, de esas que resultan curiosas o que parecen increíbles?
-Una con el inolvidable Guillermo Chiampo. Jugábamos con Central Argentino de visitante en la ya inexistente cancha de la Costanera. Ellos tenían, entre otros, a Ludueña, Alba y Alassia. Nos ganaban 3-0 al final del primer tiempo y en el entretiempo el Gallego Martínez (nuestro DT) le pidió a uno de los dirigentes de Colón que le trajera un balde con agua y mucho hielo. Lo agarró al Loco Chiampo y lo tuvo un buen tiempo con la cabeza en el balde, lo metía y lo sacaba y volvía a hacerlo, una y otra vez. Lo “despertó” a Guillermo, que había salido hasta la madrugada y había tenido participación en esos goles del primer tiempo. No lo sacó, lo hizo reaccionar, le dijo lo que correspondía, el Loco fue figura en el segundo tiempo…Ah y ganamos 4-3.
-Oportunidades para jugar en otro nivel no le faltaron. Hasta el San Pablo de Brasil se interesó en llevarlo.
-De esa posibilidad me enteré muchos años después cuando ya me estaba despidiendo del fútbol. El que me lo dijo fue Leo Ambrosino (ex presidente de Colón y de la Liga Villamariense de Fútbol). “No te lo comenté en su momento, porque era una posibilidad que no ibas a aprovechar, ibas a decir que no como tantas veces antes”, me subrayó Leo. Me sorprendió y no sabía que decir. Me alegró saber que me querían y me puse a pensar qué distinto pudo haber sido todo. Pero quizás Leo tenía razón, si no fui a Argentinos, tampoco a San Lorenzo, me vine de Instituto.
-Ahora que ya pasó el tiempo que reflexiones obtiene de las oportunidades que estuvieron al alcance de la mano?
-No debería pensar porque en realidad fueron muchas. Recuerdo perfectamente cuando una tarde viajábamos en un ómnibus hacia La Playosa con la Selección de Villa María. Ibamos a jugar un amistoso. El DT era el Zurdo López, que también dirigía a Alumni. Me llama para que me sentara adelante con él y me suelta Ud se viene conmigo a Argentinos Juniors. Iba a jugar con Maradona…y no quise ir. En otra etapa don Félix Loustau dirigiendo la Liga Villamariense me dijo que quería llevarme a San Lorenzo y tampoco fui (Taza Ballario se debe acordar de cómo le pegaba a la pelota con más de 60 años, él era el arquero de la Selección de la Liga y don Félix lo volvía loco pateándole tiros libres en la Plaza Ocampo).
-A Instituto fue, pero no quiso quedarse, se escapó del hotel.
-En ese Instituto estaban Beltrán, Ardiles, Olmedo, Saldaño, todavía no había llegado Kempes. Probaron a cientos de juveniles y quedamos cinco. Al día siguiente había un partido con Talleres de pretemporada e íbamos a jugar. Nos llevaron a un hotel. Y yo me volví a Arroyo Cabral. Tenía 17 años.
-¿Cómo imagina los días venideros, sin la pelota en los pies, ya sin esos partidos en la AFUCO que le permitieron divertirse hasta los 65?
-Y un poco extraño. Tendré que resignarme a mirar, lo hago porque soy futbolero, pero no me gusta, no me acostumbro, aparte se juega feo y mal. Son muy pocos los equipos y los futbolistas por los que vale la pena prender el televisor.
En la década del 70 corría los 100 metros por debajo de los 11 segundos y un profesor de atletismo de la Universidad Nacional de Córdoba se interesó por ver a ese pibe que volaba por las canchas de la Liga Villamariense de Fútbol casi pegado a la raya de cal.
Se vino de todos lados para estar en el lugar que quiere estar: junto a sus afectos, cerca de la gente que lo vio crecer y jugar. Allí sigue construyendo casas, apilando ladrillos y pateando escombros cuando el final de cada jornada marca el retorno al hogar.
“Pachi” Martina, a los 65, lleno de fútbol y gambeteando hasta el almanaque. Constructor de nostalgias, fantasías, emociones y sueños y cavando en el fútbol una última trinchera para defender la identidad.