(Por Alberto Arce padre)
Hay que remontarse a 1955 para situarnos en contexto y en la génesis de esta historia. El pibe (fecha de nacimiento 3-12-1942) tenía unos 13 años y para el fútbol infantil (no existía aún la Liga Villamariense de Baby Fútbol) su estatura era significativa.
Le gustaba el arco y rápidamente los dirigentes del Club Deportivo Central Argentino se dieron cuenta que en los reflejos y en la altura de Daniel Rodríguez había un potencial arquero para los años venideros. Por eso el salto a quinta división propiciado por el “Vasco” Daguerre fue casi inmediato.
Fue un domingo de 1956 en el que el arquero titular (Aguilar) no podía jugar por expulsión y el suplente tuvo un accidente doméstico en la mañana del domingo.
Había que improvisar, el partido era dentro de cuatro horas ante Almafuerte de Las Varillas, subcampeón de ese año en la Liga Villamariense detrás de Ameghino y “los rusos” (denominación de la época para Central Argentino) no tenían arquero.
Aseguran que fueron dos o tres integrantes del plantel los que le sugirieron al entrenador, que también era preparador físico, planillero y dirigente, que había que ir a buscarlo al “Oso”, al que habían visto jugar en ese par de partidos que ya tenía en la quinta división. Para todos el diminutivo de Danielito y hasta incluso el nombre de Daniel habían desaparecido para siempre: ya era el “Oso” Rodríguez, un arquero del que comenzaba a hablarse con énfasis en la Villa. El apodo -de origen barrial- nació entre los amigos por su estatura de pibe, muy por encima del resto. Después con los años se “estandarizó” y no sobresalía por su físico sino por sus enormes condiciones.
Pero volvamos al partido en cuestión, ese con Almafuerte. No lo encontraban por ningún lado al “Oso” hasta que después de dar algunas vueltas con el camión dieron con él en un picado entre pibes.
Arquero encontrado, problema solucionado, fue debut y después regreso a la quinta división por un par de años para desde los 15 alcanzar una continuidad que daría inicio a una carrera que lo tuvo en los Seleccionados de la Liga Villamariense y la de Bell Ville cuando pasó por Defensores de San Marcos, Unión Central, Acción Juvenil de General Deheza, Lavalle, Universitario, Ferro Carril Oeste, San Lorenzo de Almagro, en casi todos los casos aconsejado y recomendado por su amigo y rival de aquellos años, el “Zurdo” Miguel Angel López, quien proveniente de Ticino había llegado a Unión Central, junto a River Plate durísimos oponentes para los clásicos con Central Argentino. En el final de su carrera, Rivadavia de Villa María y Alumni disfrutaron de sus últimas atajadas.
La Villa, por ese entonces, era la vuelta al perro, una picada en La Madrileña, un choop de Palevich, una buena cena en La Churrasquita, una Pizza en el Eden Bar o en Antón, una milanesa en Monta, un Gancia en La Perla y no mucho más…Sobraban baldíos, escenarios que se multiplicaban replicados en improvisadas canchitas de fútbol.
Y en el medio, siempre el fútbol, con sus partidos, que eran como un libro lleno de respuestas y de preguntas que habilitaban nuevas preguntas y nuevas respuestas. O sea que se trataba de un fútbol que ayudaba a crecer porque crecer, según se aprende precisamente al crecer, es hacerse más y más preguntas que, a veces y sólo a veces, encuentran alguna respuesta.
El ”Oso” pasó por muchos clubes y en cada uno de ellos dejó recuerdos, anécdotas, atajadas que crecieron en su dimensión a la hora de ser narradas por historiadores de canchas, con todo lo que eso significa, testigos directos de partidos en los que se jugaba con lealtad, nunca gambeteando respetos, y que se ejercía como actividad popular con una consecutiva fe en la victoria y con una relación con la derrota más de desencanto que de dolor, más tierna que histérica.
El fútbol de esos años no consistía en algo idealizable y, mucho menos, perfecto, pero conservaba las purezas que justifican vivir. El fútbol era un acto de libertad sencilla que quedaba a la vista.
Alguna vez en el bar del Club Defensores de la Boca, en una mesa que tenía como integrante futbolero a Pedro Calderón (en realidad allí todos eran futboleros) alguien dejó una sentencia: En los partidos bravos el Oso rezaba como si todo dependiera de Dios y después atajaba como si todo dependiera de él”.
El “Oso” Rodríguez convivió y se enfrentó con grandes futbolistas de la época como Amadeo Carrizo, Antonio Roma, Hugo Gatti, Miguel Angel Santoro, “Pipo” Ferreiro, Roberto Perfumo, José Ramos Delgado, José Varacka, Silvio Marzolini, Rafael Albrecht, Antonio Rattín, Roberto Telch, Ermindo Onega, el “Loco” Bernao, José Omar Pastoriza, Luis Artime (el padre del Luifa), Angel Clemente Rojas, el “Gitano” Juárez, César Luis Menotti, Carlos Bilardo, “Coco” Basile, Carlos Bianchi, “Chango” Cárdenas, Vicente De la Mata, “Bocha” Maschio, Daniel Willington (el Daniel de los estadios), “Pinino” Más, la “Wanora” Romero, y entre los nuestros Aldo Carassai, “Yiyo” Ramos, la “Coneja” Ortega, la “Pepona” Reinaldi (compañero en Unión Central en 1967), Jorge Daniel y su gran amigo el “Zurdo” López.
Una charla con Walter Daniel (hijo del protagonista principal de esta semblanza) en la Medioteca, un lugar bellísimo para llenarse de nuevos conocimientos, repasar la historia y enriquecer el presente, permitió incluir en la historia a Andrea, la hija del Oso que hoy vive en Italia, y también a Mauricio, el otro descendiente que reside en Bell Ville. Por supuesto sin pasar por alto a Rita (la esposa del dueño del arco), que en los últimos años le advertía cotidianamente que abandonase el cigarrillo, sin lograr “atajarlo” cuando él, conocedor del área y de los metros que le permitían salir con seguridad buscaba en la esquina donde antes estaba la Coca Cola (Vélez Sársfield e Italia) un lugar predilecto para un par de pitadas a escondidas.
La charla incorpora datos, como el partido que la Selección de Villa María jugó en septiembre de 1965 con Rosario Central (derrota por 1-0). Ese día la Selección local jugó con Rodríguez, Kovasevich (Pereyra), Carpené, Zampa, Alaniz, Orellano, Delfino, Jordan (Gheller), Ghella, Miranda y Forgione, con la conducción técnica de José Villafañe.
Y del diálogo surge su amistad con Jorge Daniel, aquél destacado delantero de River Plate, que luego de su retiro del fútbol le dio un lugar de trabajo en BUDAVI. Jorge Daniel abandonó su estadía terrenal, pocos días de la partida del “Oso”. Su adiós estuvo separado por pocas horas con la despedida del Oso, casi las mismas que se extienden desde la finalización de un partido para comenzar a pensar en el que viene. Una brevedad.
Estas líneas, que originalmente tuvieron la intención de ser pocas, se fueron extendiendo, porque la pasión y la libertad conducen a eso, a explayarnos, a conversar, a entusiasmarnos y a dejar en evidencia que, algunas veces, algunas muy buenas veces, la pasión y la libertad algunas muy buenas veces, la pasión y la libertad andan juntas.
“Yo no lo vi jugar a mi viejo, pero me contagió la pasión por el fútbol y cuando ya no lo tuve descubrí y redescubrí en esta caja (la llevó hasta la Medioteca) momentos, secuencias, fue como volver a escucharlo contándome atajadas, partidos, goles que evitó y otros que le marcaron”, detalla Walter Daniel (el segundo nombre es el de su padre) hoy abogado y con un legado futbolero que le sacude las entrañas. “Recuerdo otro dato, me dijo que en aquél partido del Seleccionado Villamariense con Rosario Central -septiembre de 1965- enfrente estuvieron los uruguayos José Sasía (jugó los Mundiales de 1962 y 1966) y Julio César Cortes (mundialista en el 62, 66 y 70 con la celeste)”, aporta antes de la despedida, aclarando que todos estos recuerdos y la nota del diario deportivo digital Villa María Noticias y esta misma semblanza en Tiempo de Deportes por la FM Sport formarán parte de un mini-museo familiar.
Movilizado por las vivencias revueltas, sacudidas y recreadas en torno a dos pocillos de buen café acercados por Eugenia Rodríguez, la hija del “Lalo”, la hermana del “Tati”, y con los ojos brillando el hijo del arquero, al que no conocía hasta hoy, abandonó la Medioteca con un saludo respetuoso y agradecido. De repente volvió sobre sus pasos y dejó quizás la prueba más irrefutable de su descendencia y existencia: un prolongado y emocionado abrazo de Oso.